Avanzamos sin descanso hasta la cumbre. Observamos desde arriba la insignificante silueta de los otros. En lo alto, los demás eran simplemente los otros. Su bullicio no nos alcanzaba. El silencio terminaba donde comenzaba tu suspiro, nada más lo perturbaba. Reposamos esperanzas en las nubes que tejíamos con sueños, pero a las nubes siempre las arrastra el viento. Intentamos construir espejismos menos ligeros, que arraigaran en yerma tierra y florecieran en frío invierno. Cómo lograrlo si la condición de su existencia era permanecer imperturbablemente etéreos. Decidimos, resignados, someternos a la ley ingrávida del ensueño y materializamos la ilusión de tenernos a destiempo. Fusionamos las carencias en un todo tan completo:
-"No quiero sentirte dentro. Quiero saciar tu sed de delirio erecto y fluir, blanquecino, por la cueva del deseo."
Y entre fantasías, caricias y excesos... pasó el tiempo y quebró el silencio.
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